Una mañana, justo antes del amanecer, me senté a practicar meditación con mantras en mi jardín. Antes de comenzar, no pude evitar sentir tristeza por algunas noticias que había escuchado recientemente. El 8 de marzo de 2014, un avión triple siete operado por las aerolíneas Malaysia se desvió de su ruta mientras volaba desde Kuala Lumpur a Beijing, China.
La búsqueda del jet, que se había convertido en la más costosa de la historia, había sido finalmente abandonada Sentí empatía por la gente en el vuelo y me pregunté cómo debieron haberse sentido cuando descubrieron que estaban perdidos. La tripulación del avión había hecho su último contacto con la torre de control unos treinta y ocho minutos después del despegue cuando el vuelo estaba sobre el Mar del Sur de China.
«Perdido» es una palabra tenebrosa. De hecho, puedo pensar en muy pocas connotaciones positivas para esta palabra. Una vez, mientras estaba en Japón, di un paseo por Tokio,hice una vuelta equivocado y me perdí por un par de agonizantes horas. En ese momento, no podía comunicarme porque no hablaba bien el idioma. Tampoco tenía un mapa. Y lo peor de todo, ni siquiera sabía la dirección de el lugar donde me estaba quedando.
Empecé la caminata sintiéndome libre y feliz, pero cuando me di cuenta de que estaba perdido, me sentí tonto y desesperado.
¿Y qué hay de los pasajeros en ese desafortunado jet de las aerolíneas Malaysia?
Como viajeros, podrían haber tenido una sensación vertiginosa de libertad y aventura, una emoción de ver nuevos lugares; o bien, podrían haber tenido la esperanza de ver a sus seres queridos que tanto extrañaban. ¿Y qué hay de la gente en el suelo? Amigos y seres queridos que habían visto a los viajeros partir; y también quienes los habían estado esperando en China. ¿Qué tan devastador debe haber sido para todos ellos cuando escucharon por primera vez la noticia de que el avión se había perdido? Los buscadores, los empleados de la aerolínea y la gente del gobierno se vieron atrapados por la tragedia. Y luego estábamos el resto de nosotros, como yo, que sentíamos dolor en nuestros corazones, aunque no conocíamos personalmente a nadie a bordo.
Nadie sabe exactamente por qué el avión dejó de comunicarse con los controladores.
Tampoco nadie sabe por qué el transponder (el dispositivo en la cabina que transmite señales que le dicen al personal de tierra dónde está) no funcionaba.
Mi ansiedad acerca de esta tragedia me trajo a la mente dos verdades. La primera es el hecho de que la calidad de mi vida depende de la calidad de mis conexiones con los demás. La segunda es que dependo de otros para que me guíen a medida que avanzo por un mundo increíblemente complejo.
Si no tengo conexión y guía, sin importar qué más tenga, me sentiré perdido e infeliz.
La palabra, yoga, proviene de una palabra sánscrita, YUJ, que significa conectar. Nuestra conexión más importante es con nuestra fuente original de divinidad Uno de los procesos más prominentes y antiguos de yoga para hacer esta conexión utiliza la lengua de uno mismo.
Uno realiza la meditación de mantras con la ayuda de la lengua repitiendo un mantra, una frase trascendental.
Sentado en mi jardín esa mañana, recordando el vuelo perdido de la aerolínea Malaysia, pensé cómo el sonido que hago mientras repito mi mantra es como la señal del transpondedor de la aeronave. Todos tenemos transponders incorporados, pero a veces los desactivamos y perdemos nuestro sentido de conexión y orientación con nuestra fuente original.
Esa mañana, cuando comencé a cantar, sentí una motivación renovada para cantar con sentimientos más profundos. Sabía que estaba encendiendo mi transponder personal y que me brindaría la conexión y la orientación que anhelaba.
¿De qué manera has sentido la importancia de las conexiones y la guía en tu vida?
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